Cabrales, de vaca, de oveja, de búfala, con toques de sales, condimentos, hierbas, trufas, cenizas o influenciados por sus personales formas de maduración, los quesos nacionales tienen genio y figura. Nuevas fórmulas de consumo de este producto van apareciendo, y cuajan y encajan. Emulando el hábito galo, por ejemplo, la tabla pasa a convertirse en puente entre segundo y postre; protagoniza desayunos y brunchs; completa el vermut; se cata con vinos selectos o con nuevos acordes frutales (uvas, higos, fresones, mermelada de manzana, etc.); triunfa en postres y heladería; o da el pego en originales bocadillos o ensaladas en los que su sabor, color y textura se intensifica con productos cárnicos, brotes y originales vinagretas a base de miel, mostaza o frutos rojos, entre otras. Pero también pisan con fuerza menús dedicados al goce quesero, que combinan platos con variedades en bruto y especialidades cocinadas como son las quiches, las raclettes o el amplio abanico de originales fondues: las hay de setas, al cava, con carnes…